La palabra pubertad viene del latín "pubes" que quiere decir pelos, y no es por casualidad: la aparición de pilosidad en el pubis, y en otras partes del cuerpo, explican este nombre.
Al principio ciertas glándulas: hipófisis, testículos y ovarios segregan hormonas que circulan por la sangre y van a modificar los órganos a los que están destinadas.
Todo nuestro cuerpo se modifica. Cambiamos de aspecto y estas modificaciones corporales explican el fenómeno por el que nos pasamos horas en el cuarto de baño, mirándonos al espejo, inspeccionando nuestro cuerpo e intentando asimilarlo. Y nos quitamos un granito por aquí y otro por allá, nos afeitamos, nos depilamos...
Este nuevo cuerpo, diferente, más masculino o más femenino que los demás miran de otra manera, nos asusta un poco; cambia más rápidamente de lo que habíamos imaginado nunca.
Por supuesto no todo son problemas, todos estos cambios son necesarios para entrar en nuestra vida de adulto, son totalmente naturales y necesarios, la pubertad es un renacimiento.
Las primeras reglas: una vez por mes, los ovarios expulsan un óvulo que el útero se prepara para acoger (a esto se le llama ovulación). Si éste no es fecundado por un espermatozoide, será expulsado junto con los tejidos que lo retenían en el útero: la regla está hecha de sangre y de esos tejidos.
Es importante retener el momento de la ovulación: aproximadamente entre dos menstruaciones, puesto que es en ese momento en el que un óvulo puede ser fecundado.
La ovulación se acompaña durante unos días de secreciones vaginales de mucosidades, éstas tiene como objeto facilitar el acceso de los espermatozoides al óvulo, los juegos sexuales en esos días son "peligrosos" porque pueden acabar en embarazo no deseado.
Con la llegada de las primeras reglas el cuerpo cambia: los senos crecen, así como las nalgas, caderas y como ocurre en los chicos, las extremidades del cuerpo se alargan, la piel cambia, se vuelve más grasa, y los granitos (acné) hacen su aparición.
El cuerpo de niña se transforma en cuerpo de mujer, capaz de ser engendrado. Aunque como en los jóvenes, el crecimiento se acaba entre 22 y 24 años.
En ellos
Cambio de voz: la voz cambia, se vuelve más grave, produciendo en muchos casos sonidos desacordes.
El vello: pubis, axilas, piernas, brazos, cara, se cubren de pilosidad.
Aspecto: las piernas, brazos, pies, manos, se alargan; las espaldas se vuelven más anchas, los órganos genitales oscurecen y aumentan de tamaño, todas las extremidades se alargan.
La piel: la piel se vuelve más grasa, su olor cambia, los granos (acné) aparecen.
Sexualidad: las erecciones son más frecuentes y se acompañan de excitación sexual; y eyaculaciones nocturnas, totalmente normales.
El cuerpo de niño se transforma en cuerpo de hombre capaz de engendrar. Todos estos cambios físicos nos entran de lleno en la adolescencia.
Pero no sólo cambiamos físicamente. El hecho de tener un cuerpo de hombre o de mujer implica que hay que asimilarlo y aceptarlo; pero no sólo por nosotros sino también por nuestro entorno. Es en esta asimilación y aceptación donde residen la mayoría de los problemas de la adolescencia.
Mirarse al espejo es una necesidad: el granito este me queda fatal; uno de estos días tendré que afeitarme.
Mi pecho crece demasiado o demasiado poco, los hombres me miran como lobos que quieren comerse un corderillo, me dan miedo, o no me miran, como si no estuviese claro que ya soy una mujer.
El niño que éramos "muere" para dar paso al adulto: no queremos ser tratados como niños y nos irrita que nos traten como tal, pero nuestros padres y nuestro entorno no parecen percatarse de nuestros cambios; necesitan tiempo, o tal vez no nos vean lo suficientemente autónomos, pero ¿lo somos? O aún necesitamos a nuestros padres.
Nuestros padres nos procuran bienes materiales, afecto, y de vez en cuando, cuando ser adultos nos parece demasiado difícil, nos gustaría que nos tratasen como niños, hacemos lo que se llama una regresión; quizás retrocedemos para saltar mejor, porque ser adulto se aprende, y esto no ocurre de la noche a la mañana.
Así, en nuestra relación con nuestros padres necesitamos paciencia, por una parte para que asimilen que ya no somos niños, por otra porque aún los necesitamos, todo esto se va haciendo poco a poco.
Ser adulto significa ser autónomo y responsable, y esto hay muchas personas de cuarenta años que aún no lo han conseguido.